domingo, 27 de septiembre de 2009

LA BELLA DAMA


El sol había caído ya, cuando el hombre, semi – tendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. Poco a poco comenzó a incorporarse, y con gran temor confirmó su peor sospecha: se encontraba completamente solo. Seguramente la tragedia del Elizabeth III había puesto fin a la vida de muchos de sus compañeros, probablemente de todos, y si alguno de ellos había sobrevivido, posiblemente se encontrara en su misma situación.

El escenario era angustiante. Perdido en el Mar Negro, sin vistas de una costa cercana ni de embarcación alguna que pudiera rescatarlo. Apenas contaba con algunas frazadas que lo habían cubierto del frío y una vieja sábana que había resultado de gran utilidad para proteger la herida de su cabeza, consecuencia de un fuerte golpe en el momento en que se produjo el accidente marítimo. Probablemente hubiesen transcurrido unas cuantas horas luego del hundimiento de la embarcación, pero fue recién en ese instante que pudo recuperar el conocimiento. Aún se encontraba mareado, tenía la boca seca y el cuerpo sumamente débil. El hambre comenzaba a ser un problema, puesto que no contaba con ningún tipo de provisiones y la sed hacía aún más insoportable aquella angustiosa situación.

Lentamente comenzó a sentirse mejor. Con sumo esfuerzo, arrancó una delgada varilla de madera de uno de los laterales de la canoa y ató en uno de sus extremos el cortaplumas que llevaba siempre en su bolsillo. Aquella precaria herramienta era el único medio por el cual podría conseguir pescar algún pez de los numerosos cardúmenes que había podido divisar. Sin embargo el sol había caído y dicha tarea se tornaba dificultosa sin la luz del día. De nada le servían la radiante luna llena que iluminaba la noche y el cielo casi blanco, superpoblado de estrellas, como suele ser costumbre observar estando mar adentro. Probó suerte en reiteradas ocasiones, aunque en ninguna de ellas tuvo éxito. La herida nuevamente volvía a aquejarlo y el dolor se tornaba insoportable. Pronto se halló tendido en el fondo de la canoa otra vez, resignado, convaleciente, esperando que el nuevo día trajera consigo un panorama más esperanzador. El frío le había entumecido todo su cuerpo y abrigándose con las frazadas se quedó dormido.

La suave brisa de la mañana le rozó la cara y lo encontró en una confortable cama de roble, con el sol resplandeciente entrando por el ventanal del dormitorio. Junto a él se encontraba aquella misteriosa mujer que solía presentarse en sus sueños últimamente, a la que jamás le había conocido su rostro. Su belleza era sin igual y sumamente cautivante. Lo despertó con un suave beso en la frente, lugar donde se encontraba la herida, pero ésta ya no le dolía. La mujer tomó su mano y observó la mirada de aquel hombre, que dulcemente le ofrecía las gracias. Entonces se alejó sigilosamente de él, con la vista clavada en sus ojos, y susurrando en voz muy baja le dijo: “Ahora descansa”.

2 comentarios:

  1. Bello relato...muy bello.
    He llegado sin rumbo y me quedo un ratito para releer tu escrito.

    Un saludo

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  2. Juanma, te contesto tb por aquí... no hay problema en que publiques en tu blog el texto de "Todo es disfraz", siempre que aclares la autoría y, por favor, lo hagas con un enlace a mi blog. Haciéndolo así, adelante, sin problema. :-)

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